Sora's Souls / Águilas Plateadas / Capítulo I Un paraíso en el desierto

 


Pladilia era una aldea tranquila perteneciente al reino de Sanabria, construida sobre los únicos acuíferos conocidos del Desierto de los Lamentos. Las abrasadoras arenas fueron bautizadas de esta forma debido a la tortuosa travesía que acabó con la muerte del rey sanabrio, además de con buena parte de sus huestes. Este suceso había acontecido hacía siete generaciones.

El hijo de aquel rey, uno de los pocos supervivientes, decidió construir un asentamiento que permitiese a los viajeros tomar un descanso, reabastecerse y orientarse. Tras años de búsqueda acumulando un fracaso tras otro, por fin Jigar, uno de los obreros de la casa real, logró encontrar agua en aquel mar de arena. Agradecido por su trabajo, el rey Sanebe lo recompensó, convirtiendo en los gobernadores de aquellas tierras a Jigar y su descendencia.

Como asentamiento neutral, Pladilia debería ayudar a todos aquellos viajeros que cruzasen el desierto, daba igual que fuesen reyes, clérigos, comerciantes, albañiles o bandidos. Pladilia sería la tierra que protegería a los humanos del abrasador y largo desierto de arena, el cual separaba el reino de Sanabria en dos partes. Ayudar a todos sin discriminarlos por su posición, era el motivo por el que no necesitaba una gran protección. Nadie en su sano juicio atacaría el pueblo, ya que los pocos que se aventuraban a cruzar el desierto lo hacían por algún tipo de necesidad y, este asentamiento, suponía la diferencia entre la vida y la muerte para todo aquel que intentara cruzar estas arenas.

Alguno podría preguntarse “¿De verdad esto funcionaba?” Era obvio que los comerciantes, los peregrinos o los soldados venerarían este oasis, pero ¿los forajidos? ¿No había ataques, robos, secuestros…? Lo cierto es que los bandidos eran los que menos problemas causaban en Pladilia. El motivo principal era que no había dinero que robar, algún aldeano podría tener un broche o alguna joya, pero nada comparable con atracar una caravana de comerciantes. Por lo tanto ¿para qué saquear una ciudad que apenas propinaba beneficios? Y eso no era lo peor, ya que en cuanto el rey se enterase del ataque exigiría sus cabezas, siendo delatados por otros bandidos, ya que Pladilia quedaría, a partir de ese momento, inundada de soldados para evitar futuros asaltos, dejando a los ladrones fuera de este santuario a partir de ese momento. Desde luego no era una buena idea. La necesidad de este territorio y el miedo a perderlo hizo que todos fueran responsables en su uso. Llegaban, descansaban y se marchaban sin causar problemas, aunque aquel día fue bien distinto.

-¡Aaagh!

-¡Eso te pasa por cruzarte en mi camino niñato!

Ante la mirada atónita de los habitantes de Pladilia, un forastero estaba golpeando a uno de los niños de la aldea. El muchacho fue lanzado de un puntapié contra unos barriles de cerveza, volcando algunos de ellos.

-¡Eres basura! –otro niño había saltado hacia el extraño con un palo, pero el hombre lanzó un puñetazo que hizo que el chico se derrumbara.

-Son como ratas, aparecen por todos lados –dijo riendo el hombre. Era musculoso, llevaba un chaleco de cuero y un pantalón largo y blanco sujetado por un cinturón de tela roja. Calzaba unas babuchas y su calva relucía al sol, aunque mantenía algo de pelo en los laterales de la cabeza y en la parte trasera. Le acompañaban otros dos hombres, uno de ellos bastante más alto, delgado y con un pequeño fez. Ambos vestían túnicas especialmente diseñadas para el desierto y, el más bajo y algo rechoncho, llevaba unas gafas de sol y tenía un espeso bigote –. ¡Espero que esto os enseñe a no estorbarme! –gritó mientras lanzaba al segundo niño contra el primero.

-¡¿Se puede saber qué estáis haciendo?! -dos guardias habían llegado a la escena enarbolando sus espadas, abriéndose paso entre la consternada aglomeración, sorprendida por los actos de los forasteros. La mirada del mayor de ellos, Mahesh, se posó rápidamente en los dos niños magullados tirados en el suelo –¿Sois acaso conscientes de lo que esto significa? ¡Podríamos ejecutaros por esto! ¡Nadie tiene permitido interrumpir la paz de Pladilia!

-Perdone soldado –respondió el hombre musculoso con una sonrisa –, pero deberían educar mejor a sus mocosos. No entienden que no pueden molestar a otros transeúntes y simplemente decidí aplicar un correctivo.

-¡Los niños simplemente estaban jugando y uno se chocó bastardos!

-¡Habéis estado dando por culo desde que llegasteis! ¡Vi cómo se burlaban de Ankit por faltarle una pierna!

-¡Además no dejan de gritar por la calle y buscar camorra!

Los ánimos se estaban empezando a acalorar. Los vecinos habían comenzado a acercarse y gritaban a los forasteros, los cuales parecían divertirse ante esa situación.

-Por lo visto no somos muy bien recibidos –reía el hombre bajo con bigote –. Tanta fama que tenía Pladilia por su hospitalidad y resulta que todo eran patrañas. No son más que mugrosos campesinos.

-¡Es suficiente! ¡Marchaos de la ciudad u os arrestaremos!

El semblante del hombre musculoso se oscureció y dirigió su vista a Mahesh.

-¿De verdad vas a arrestarnos? No eres más con un viejo gordo soltando bravuconadas –en efecto, Mahesh, que era el capitán de la guardia, tenía unos cuantos kilos de más. Cuando formaba parte del ejército del rey su físico había sido envidiable, pero la edad y la paz en Pladilia le habían pasado factura -. ¡Venga! –el forastero había empezado a gritar y se acercaba amenazante al capitán -¡Vamos arréstame! ¡Quiero ver cómo lo intentas!

-¡He dicho que os marchéis o…

PAM

El hombre musculoso se tambaleó cuando una piedra del tamaño de un melón le acertó de lleno en la cabeza. Se esforzó al máximo por mantenerse en pie, pero acabó cayendo de rodillas a la arena con la sangre empapando su cara. Los otros dos se acercaron rápidamente hacia él. Desde luego el impacto le había dejado totalmente desorientado, solo podía balbucear “¿Quién?” Mientras miraba con los ojos desorbitados a los aldeanos… Uno había comenzado a andar hacía ellos… era… ¿una niña?

-Os han dicho que os marchéis, ¿acaso no entendéis nuestra lengua? ¿O simplemente sois idiotas?

La niña tenía un largo cabello negro y un flequillo que le tapaba parte de la frente, vestía una túnica blanca algo andrajosa e iba descalza. Sus ojos, también negros, miraban directos a aquel hombre, el cual se estremeció. No podía tener más de diez años, pero su mirada era inquietante. Gunnar, que así se llamaba el hombre musculoso, había participado en multitud de peleas y asaltos, pero rara vez había notado una presión en el aire como aquella, la sensación de que cualquier paso en falso podría acabar muy mal para él, sin embargo, al mismo tiempo, la chica parecía estar totalmente relajada, sin ningún tipo de tensión, como si supiese que no iban a poder hacer nada contra ella, como si estuviese mirando un insecto… Tragó saliva, tenía que recuperar la compostura.

-Tú… Niñata de mierda…–con cuidado y sintiendo algunas nauseas se incorporó. Una piedra de ese tamaño le habría chafado la cabeza a un hombre normal, por suerte para Gunnar, él era bastante más resistente -¿Qué crees que haces?

-Abrirte la cabeza con una piedra, si no tenéis más preguntas recoged vuestras cosas y largaos de aquí.

Gunnar sacó una daga del interior de su chaleco, la gente empezó a gritar y oyó al capitán rugir “¿Cómo te atreves?”, pero le daba igual buscarse un problema con la guardia, le daba igual que luego los persiguieran, le daba igual el plan, solo quería destripar a aquella zorrilla soberbia. Solo podía enfocarla a ella, un enfoque algo difuso debido al traumatismo, y corrió, corrió con el puñal en alto dispuesto a incrustárselo en el cráneo…

Esta vez no cayó de rodillas, cayó de espaldas, a dos varas de distancia, aullando de dolor y con las manos sobre su ojo derecho, más concretamente sobre la cuenca de este.

-Si vuelves a intentar algo te arrancaré el otro –la chica se paseó el globo ocular por los dedos, lo puso en su palma y lo aplastó con fuerza, estrujándolo con la mano mientras lo convertía en una papilla asquerosa que bañó la tierra –. ¡Ahora largo!

Los otros dos hombres recogieron a su compañero completamente en shock, que seguía gritando por el dolor. El hombre alto que no había dicho nada hasta ese momento, dirigió una rápida mirada a la niña, se pasó el brazo de su compañero por el hombro y los tres se marcharon.

-¡Uday! –le apremió el capitán al otro soldado –Reúne a los chicos y aseguraos de que estos tipos salen de Pladilia. Y estad atentos, no creo que quieran pelea después de esto, pero más vale prevenir que curar. Oye Sora gracias por… ¿Sora?

La muchacha se había acercado a los dos niños que, aunque con algunos moratones y un hilo de sangre brotando de la boca de uno de ellos, parecían realmente felices.

-Gracias –dijo el más alto. Su piel era muy morena al contrario que sus cabellos, cuyo pálido rubio reflejaba con fuerza los rayos del sol –. Por un momento creí que no vendrías a ayudar.

Los niños eran Lou y Kanijou, dos huérfanos que vivían con Sora en la casa de esta.

Habían llegado a Pladilia en una caravana hacía cuatro años, tras sufrir un extenuante viaje marcado por unas fiebres que el abrasador calor del desierto no hizo más que empeorar. Muy pocos sobrevivieron, los padres de Kanijou y el padre de Lou murieron durante el viaje y, la madre de este último, acabó muriendo ya en Pladilia, donde no pudieron hacer nada por salvarla.

Esta aldea nunca aceptaba que los forasteros se quedaran a residir en ella, debía ser un lugar fácilmente controlable que sirviera exclusivamente como parada en el desierto. Dejar que Pladilia creciese sin control podría provocar el nacimiento de la delincuencia, además, muchas bocas que alimentar podrían suponer la ausencia de comida para los viajeros. Era mejor un lugar con poca gente y muchos recursos, en el que todos los habitantes tuviesen un buen trabajo, permitiendo al pueblo cubrir sus necesidades y las de los viajeros.

Sin embargo, dos años antes de este suceso, se había propagado una enfermedad que acabó  con unos cincuenta pladilienses. Los aldeanos decidieron aceptar a los dos niños huérfanos, aprovechando para enseñarles algunos oficios que habían quedado vacantes.

Varios habitantes se ofrecieron a adoptarlos, pero entre que se avisó a la capital, estos aceptaron, se llegaron a acuerdos y se determinaba el hogar en el que residirían, los niños estuvieron viviendo en casa de Sora. En el momento en el que ya estaba todo listo, se dieron cuenta que los chicos ya habían encontrado un hogar, así que se quedaron a vivir en casa de la niña.

-Sois unos imprudentes –les reprendió la chica. El tono de su voz y su rostro habían cambiado totalmente con respecto a la situación de hacía un momento, ahora se veía como una niña alegre y cariñosa que miraba con cierta preocupación las heridas de sus amigos –. Teníais que haber ido a avisarme enseguida.

-Nosotros somos capaces defendernos solitos –le espetó Lou un poco dolido al atisbar una regañina en lugar de elogios por haberse enfrentado contra aquellos brutos. A pesar de ser el más pequeño era bastante contestón.

-Ya lo veo –dijo Sora con sorna apretando su dedo índice contra un arañazo ensangrentado que tenía Lou en el brazo.

-¡Eso duele! –gritó dando un brinco.

-Ya, vamos a casa, hay que lavar las heridas para que no se infecten, creo que tenemos algunas vendas.

-¡Sora! Quería darte las gracias por lo de ahora –el capitán se acercó a ellos con una sonrisa de oreja a oreja mientras la muchedumbre volvía a sus quehaceres –. Habéis sido muy valientes, todos –esto hizo que Kanijou y Lou hinchasen tanto el pecho que parecía que les iba a estallar.

-No es nada. ¿Sabes quiénes eran? –preguntó la niña.

-No dijeron nada, aunque desde luego no eran comerciantes… Lo más probable es que fueran bandidos… Aunque es raro que actuasen así. Suelen ser toscos, pero no causan problemas.

-Lo mismo iban borrachos –apuntó Kanijou mientras fingía beber de una bota de vino y se ponía a caminar haciendo eses.

-Ja ja ja sí sería eso –rió alegremente Mahesh -. Oye Sora. ¿Has pensado en lo que te dije de ser miembro de la guardia del rey?

-Tal vez en otra vida.

-Oh venga, eres más fuerte que cualquiera de los que vivimos aquí y siempre has querido ser nombrada caballero. ¡La mejor forma de conseguirlo es perteneciendo al ejército! Quiero una respuesta afirmativa y la quiero ya.

-Puede que tenga ra ¿QUÉ ES ESO?

-¡¿El qué?! –Mahesh se giró dispuesto a desenvainar la espada escudriñando la calle, pero no vio nada, entonces se volvió hacia los niños pero ya no estaban allí, iban corriendo calle abajo y, cuando giraron la esquina, los perdió de vista.

El hombre suspiró sorprendido, no sabía si triste o alegre. Habían pasado muchos años desde que él hubiese sido un gran guerrero, pero esos años le habían dado también experiencia y estaba seguro que el talento de esa chica con la espada era innato. En parte quería que se fuese de aquel asentamiento, ya que verla allí era como ver un pájaro enjaulado, pero también le preocupaba los peligros que pudiera encontrarse fuera de aquel lugar.

Así que, con sentimientos encontrados, se dio la vuelta y continuó su ronda.

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