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Epílogo
-¿Qué ha hablado con el Señor del
Rayo madre?
Quelana se hallaba en pie frente
a La Bruja. Las relaciones entre ella y Gwyn se habían deteriorado con el paso
de los años, la muchacha temía que en cualquier momento ambas facciones se
enfrentaran.
-Ha venido a hacerme una
propuesta –respondió La Bruja mientras se levantaba de su asiento –. Gwyn tiene
miedo, las Hijas de la Oscuridad planean apagar la Llama Primigenia.
-¿Tan peligrosas son? –preguntó
la chica impresionada -¿Por qué no manda a unos cuantos de sus caballeros a que
la protejan?
-Las hijas de Manus son más
fuertes que cualquiera de sus soldaditos. Dime, ¿te he contado los detalles
acerca de “La Batalla del Abismo”? –preguntó La Bruja.
-Me lo explicó hace muchos años
–respondió la muchacha –. Manus capturó a la princesa Dusk, pero fue rescatada
por Artorias, el cual acabó matando al Furtivo Pigmeo. A pesar de su victoria
Artorias murió por los daños recibidos y Gwyn, como castigo a Oolacile por
liberar a Manus, no hizo nada para evitar la maldición que se propagó por el
reino. En cuanto a sus hijas no sé mucho, solo sé que Gwyn las ha estado dando
caza.
-Eso es correcto –dijo la bruja
sonriendo –, al menos una de las hijas presta atención a su madre. Acompáñame
–le hizo un gesto con su mano en dirección a la puerta y ambas salieron de la
estancia. Recorrieron los largos pasillos del castillo, encontrándose con algunos
estudiantes y con criados a su paso, los cuales rápidamente hincaban la rodilla
hasta que ellas hubieran pasado.
La Bruja habló a Quelana, pero en
una antigua lengua que nadie salvo ella y sus hijas conocían, una lengua de la
que no había escritos, que nadie podía aprender. Era un extraño don de su estirpe,
que había perdurado miles de años permitiéndoles comunicarse desde su
nacimiento.
-Las hijas de Manus no deben ser
tomadas a la ligera –le dijo La Bruja –. Gwyn me ha hablado de su poder. Las
que mató en el vientre de sus madres no fueron una amenaza, pero han pasado más
de veinte años desde aquel suceso, esos bebés han crecido y son peligrosos.
-¿De cuánto peligro estamos
hablando?
-Un peligro similar a enfrentarse
a un dragón, puede que incuso a un dragón ancestral… cada una.
-¡Pero eso es una barbaridad! -exclamó Quelana sorprendida -¿Cuántas son?
-Tuvo dieciséis hijas –dijo La
Bruja seria –. Gwyn asegura haber acabado con siete. Además de estas, hay otras
tres que no puede confirmar que lo fueran. Por lo tanto, en este instante,
quedarían entre seis y nueve Hijas de la Oscuridad.
-Si se juntan será una catástrofe
–replicó Quelana –. Seis dragones juntos en el mejor de los casos, pudiendo
pasar totalmente desapercibidas entre los humanos.
-Y no te olvides de la ventaja de
su tamaño en un combate respecto a los dragones –apuntó La Bruja –. En la
Antigua Guerra nuestras tormentas de fuego o los rayos de Gwyn podían
alcanzarlos con facilidad, pero ahora el objetivo es menor y posiblemente mucho
más rápido.
-¿Qué ocurrirá si apagan La
Llama?
-Si La Llama Primigenia
desaparece, el poder de aquellos que se alimentaron de su calor desaparecerá
–dijo lentamente –. Es decir, tanto mi poder, como el de Nito y Gwyn se esfumará.
-¡Entonces debemos encontrarlas
antes de que –pero La Bruja le interrumpió.
-La Blanca Vía ya cumple esa
función, además de encarcelar a los no muertos. Y Seath tiene espías que vigilan
por todas partes del mundo. La propuesta de Gwyn marcaba un camino distinto.
-¿Qué propone entonces?
-Duplicar La Llama –respondió La
Bruja excitada.
-Du-duplicar, La Llama… Eso es
imposible, el poder que alberga…
-Gwyn la tiene a buen recaudo
–dijo La Bruja sin prestar atención a las palabras de su hija –, hace centenios
que no la veo, pero me ha propuesto ir a estudiarla. Independientemente de que
consiga o no protegerla de las Hijas de la Oscuridad, La Llama se está
apagando, puedo sentirlo y él también. Si no hacemos algo para evitarlo la Era
de la Luz finalizará.
-Si duplicásemos La Llama
podríamos hacer perdurar vuestra fuerza madre, durante tanto tiempo como
quisiéramos.
-Pero podemos sacar incluso más
partido a esto –dijo La Bruja mientras sus labios azules dibujaban una macabra
sonrisa –. Si nosotras duplicamos La Llama esta deberá permanecer en Izalith,
podremos alimentarnos de su poder y, cuando estemos listas, derrocaremos a
Gwyn.
-Madre… ¿Planeas iniciar una
guerra? –preguntó asustada.
-Si conseguimos duplicarla será
sencillo. Gwyn apenas cuenta con apoyos de los dioses, tampoco tiene a sus
caballeros y su primogénito ha renegado de él. Con nuestro poder incrementado
por la nueva llama seremos capaces de poner fin a su reinado.
Quelana no parecía muy
convencida.
-Madre –dijo dubitativa –,
después de tanto tiempo, ¿puedo preguntar por qué ahora?
-¡Estoy harta de vivir a la
sombra de ese farsante! –gritó airada –Se llevó todo el mérito por derrotar a
los dragones y ascendió como un dios a Anor Londo. Todos éramos mortales chiquilla, que no se te olvide, con un gran poder, pero mortales a fin de
cuentas. La Llama Primigenia nos otorgó una fuerza inconmensurable, pero ese
desgraciado ha construido un culto en torno a su figura –La Bruja se iba
enfadando cada vez más –. Ha pasado a despreciar a todo aquel que no es
considerado un dios –siseó –, a nosotras, las brujas, nos dan caza y nos tratan
como basura en la mitad de los reinos. ¡Todo porque nuestra forma de usar el
poder natural es distinta a la suya! –rugió mientras sus manos se prendían
-¿Acaso se cree mejor que yo? ¡La Gran Bruja de Izalith! ¡Prácticamente la
madre de la piromancia! Pero ahora, ahora llega el momento de vengarse –dijo
apagando las llamas de sus manos y con un tono de voz gélido, casi en un
susurro –. Aprovecharemos esta oportunidad, duplicaré La Llama, obtendremos su
poder y destruiré a Gwyn. Y si las Hijas de la Oscuridad vienen aquí a intentar
destruir nuestra llama, las calcinaremos hasta que solo queden cenizas.
Abrió la puerta y entró en una
pequeña sala, en ella había una cuna, una mesa y dos sillas de las que un par
de muchachas se levantaron rápidamente.
-Madre –saludaron las dos a la
vez mientras hacían una leve inclinación con la cabeza.
Una de ellas era muy hermosa y
tenía un pelo negro, largo y sedoso, recogido en parte en una coleta alta.
Llevaba una túnica negra, al igual que Quelana y la otra mujer, pero con la
diferencia de llevar colgada una katana sujeta al cinturón.
La otra muchacha, linda también,
tenía el pelo negro y algo más corto. Sostenía un bulto envuelto en sábanas que
cargaba con delicadeza.
-Quelaag ¿y tu hermana? –preguntó
La Bruja.
-Que seamos gemelas no quiere
decir que tenga que saberlo –respondió esta bruscamente.
Su madre le lanzó una mirada
cargada de ira y se apresuró a rectificar su respuesta.
-Se ha ido a visitar a los
criados –dijo mientras hacía una reverencia –, les lleva algo de comer por si
tuvieran hambre y les agradece su trabajo.
Quelaag había sacado el espíritu
irascible de su madre. Al contrario que sus hermanas, era difícil de meter en
vereda, pero no era idiota y sabía cuándo su madre le consentiría algunas
salidas de tono y cuándo no. Viendo la mirada que le había lanzado, desde luego
no era el momento para probar el aguante de su progenitora.
Quelaan, por su parte, era tan
hermosa como ella, pero en lugar de tener un carácter tan fiero como su gemela,
era bondadosa y amable, lo cual hacía enfurecer a La Bruja.
-Esa niña no hace más que perder
el tiempo en estupideces –se lamentó enfadada La Bruja de Izalith –. Esas ratas
deberían dar las gracias de que les dejemos trabajar en nuestro hogar.
La Bruja se dirigió a la muchacha
que sostenía el bulto, acercando su cara muy despacio hacia él.
-¿Cómo ha estado hoy? –preguntó
La Bruja.
-Bien –respondió Quelamin, otra
de las hijas de la Bruja de Izalith –. Ya ha comido y ahora está dormidito.
La Bruja acercó su mano al niño
envuelto y le apartó las sábanas de la cara.
Decir que el niño era grotesco
sería insuficiente. Su cuerpo estaba deformado, su piel era del color de la
ceniza y su carne tenía unas fisuras y una textura, que recordaban más a la
corteza de un alcornoque que a carne humana. Las hendiduras de su cuerpo se
encendían cada vez que tomaba aire, como si su interior estuviera rebosante de
fuego y este hiciera todo lo posible por salir de su recipiente. Algunas zonas
de su cuerpo estaban cubiertas de llagas, como si emitiese tanto calor que se
quemase a sí mismo. Una mano, que parecía más una garra, asomaba cerca de la
cara de la criatura. En uno de sus afilados dedos llevaba un anillo.
-Me tocó a mí encargarme de cuidarlo
esta mañana –protestó Quelaag molesta –. No dejaba de berrear, he tenido que
sufrir una descarga incesante de gritos y lloros, creí que me iba a volver
loca.
-Tienes muy poca mano con los
niños –le reprochó Quelamin –, conmigo se ha portado muy bien, no ha llorado ni
un momento y mira lo tranquilo que está.
-Ten cuidado, si lo mueves así podría
despertarse –le regañó La Bruja.
-Es cierto, perdone madre.
El niño era el único hijo varón
de La Bruja de Izalith. Tenía siete hijas que habían nacido poco antes de
comenzar la guerra contra los dragones. Tanto ellas como su madre, mantenían su
cuerpo sin envejecer gracias a los poderes que La Bruja había obtenido de La
Llama, por ese motivo mantenían una apariencia tan joven a pesar de tener
cientos de años.
Sin embargo, la pequeña criatura
había nacido hacía seis meses. La Bruja había querido experimentar creando un
ser vinculado al poder del fuego y la piromancia. Su búsqueda le llevó a
encamarse con un joven piromántico con grandes dotes para la magia, intentando
así conseguir una descendencia poderosa y con afinidad por la magia de fuego.
Una vez embarazada, realizó
numerosos experimentos en su cuerpo, ingirió pociones y se autoinfligió
maleficios, todo con el fin de dar a luz al ser definitivo que pudiera volverse
uno con el fuego.
Pero su experimento fue
prácticamente un fracaso. El niño nació deforme y moribundo, su cuerpo se
desprendía, como si fuese barro, volviéndose a juntar a continuación. Irradiaba
un gran calor, era como si ese calor estuviese derritiendo su cuerpo. Lo
mantuvieron con vida a duras penas hasta que crearon un anillo capaz de
estabilizarlo, dejándolo como estaba ahora.
La Bruja no lo hizo por amor
hacia su hijo, sino para demostrar que sus prácticas no habían sido un completo
desastre. Le daba igual lo que hubiera sufrido su descendencia, solo le
importaba que sus experimentos fueran exitosos, y ahora que su hijo había
sobrevivido, podía enorgullecerse de haber creado un ser con una alta
vinculación con el fuego.
La Bruja se apartó de él y se
dirigió a sus hijas.
-Parto esta misma noche y estaré
fuera unos meses. Quelana os pondrá al día. He mandado un mensaje a vuestras
hermanas Queelantia y Quelamog para que regresen a Izalith, estarán al mando
durante mi ausencia.
A las chicas no les gustó mucho
esta noticia. Sus dos hermanas mayores eran las mejores pirománticas del mundo después
de su madre, sumamente inteligentes y con dotes de liderazgo, el problema
radicaba en su personalidad, terriblemente estricta y agresiva. Sus órdenes
debían cumplirse a rajatabla, no sería la primera vez que ejercían castigos
físicos contra sus hermanas por no obedecer sus caprichos.
-¿Es realmente necesario?
–preguntó Quelaag.
-¿Tienes algún problema con mi
decisión? –le increpó La Bruja.
-No, no, madre, disculpe –se
apresuró a añadir Quelaag.
-Bien, entonces marchaos,
Quelamin, deja al niño en la cuna y Quelana, explícales todo.
Las hermanas se marcharon,
dejando a su madre con su hermano pequeño, el cual aún no tenía nombre, en
Izalith era tradición no otorgar un nombre a los recién nacidos hasta que
hubiesen cumplido los dos años de edad.
La Bruja se sentó enfrascada en
sus pensamientos. Estaba excitada por la idea de duplicar La Llama Original, el
reto más difícil al que se había enfrentado nunca.
Si lo conseguía, derrocar a Gwyn
no sería fácil, pero sería posible. En su bando se hallaban Havel, Seath, Ornstein,
Smough y Gwyndolin. Gwynevere no pelearía, los Cuatro Reyes habían sucumbido al
Abismo y Nito se mantendría neutral. Contaba también con la Blanca Vía y su
ejército de caballeros plateados, pero los reinos de los hombres no lo
apoyarían. Dragneilc siempre lo había detestado, Boletaria había caído, Lordran
había entrado en decadencia… Puede que consiguiera apoyos de Astora, incluso de
Catarina, y no había que olvidar que tenía una buena relación con algunas
especies de golems, gigantes o arpías, además de las creaciones y el grupo de
hechiceros que seguían a Seath.
Pero si conseguía duplicar La
Llama su fuerza posiblemente pasaría a ser tan grande como la de Gwyn. Sus
hijas eran casi tan poderosas como sus mejores guerreros, si se alimentaban
también de la nueva llama ni siquiera Ornstein podría hacer algo contra ellas.
Además contaba con el apoyo de
las brujas, los pirománticos, los brujos y la mayoría de hechiceros. A esto
habría que sumar a los reinos especializados en magia como Vinheim o los habitantes
del Gran Pantano. La Blanca Vía le estaba provocando un gran daño a la
reputación de Gwyn, sus sanciones contra el pueblo llano y su caza de brujas y no
muertos, habían provocado que se enemistaran con numerosas facciones, reinos y
criaturas. Puede que incluso los druidas se unieran a su causa y, aunque
tuviera buena relación con algunas razas de gigantes, otras lo odiaban a
muerte, por lo que también podría conseguir su ayuda. Dudaba que Dragneilc se
decantara por un bando, ya que ella había sido también responsable del
exterminio de sus amigos los dragones. Pero, con un poco de suerte, algunos de
los dioses que más hartos estaban de los experimentos de Seath pelearían por
ella.
Los pensamientos de La Bruja se
vieron interrumpidos cuando su hijo menor, de repente, empezó a llorar a pleno
pulmón. Él también podría ser una buena baza para la lucha que se avecinaba. Si
absorbía el poder de la nueva llama puede que lograse estabilizar los cambios
de su cuerpo, convirtiéndose en el primer piromántico que no utiliza la
naturaleza para generar llamas, sino que la llama se encontraría en su
interior, habiendo creado un elemental humanoide que estaría a su servicio.
Los chillidos del niño siguieron
retumbando por toda la habitación sin descanso.
Habría muchas cosas en las que no
coincidía con su hija Quelaag, pero que aquella descarga incesante de berridos podría volver loco a cualquiera, en eso, madre e hija estaban completamente de acuerdo.
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