Sora's Souls / Águilas Plateadas / Prólogo

 

Fue conducido a la sala principal mientras dejaba tras de sí las abarrotadas estanterías, rebosantes de libros de todo tipo, de cualquier rama que pudiera aportar algún conocimiento a los estudiosos. En Izalith el saber no era baladí, no se menospreciaba su procedencia, especialidad o empleo; al contrario que las grandes escuelas de Vinheim, mucho más selectivas y orientadas a los hechizos y conjuros.

Aquí, en el epicentro de la magia, se estudiaban hechizos y conjuros también, pero a su vez milagros, maleficios y especialmente piromancias; incluso conocimientos no vinculados a la magia tenían cabida en los libros de Izalith, como biología, botánica, historia, economía, filosofía… Todo conocimiento que permitiese entender el mundo, crear y compartir magia, elaborar pociones, antídotos y venenos, conocer, estudiar y clasificar las criaturas que moran los más recónditos lugares de la tierra, el aire o el mar, instruir, orientar y aconsejar a reyes… El reino de Izalith era la cuna del conocimiento.

-Madre -la muchacha que le había guiado por el enmarañado castillo anunció su llegada –, el Señor de la Luz Solar.

A continuación, la joven encapuchada y vestida con túnicas negras, hizo una reverencia y se marchó cerrando el portón de madera.

La sala era gigantesca, las estanterías repletas de libros y manuscritos que ascendían hasta el techo, a unas quince varas de altura, cubrían las paredes de la estancia circular. La gran mesa rectangular, ubicada en el centro de la habitación, se hallaba atestada de pergaminos, libros, plumas, compases, tinteros y diferentes herramientas que Gwyn había visto utilizar a los eruditos de su reino.

Frente a la entrada, al otro lado de la grandiosa habitación, unas columnas sostenientes de arcos carpaneles delimitaban el área de la sala, limítrofe a un extenso balcón desde el que una voz de mujer lo saludó.

-Bienvenido Señor del Fuego. ¿Qué puedo hacer por su alteza?

No era un buen comienzo, la Gran Bruja no se dejaba amedrentar por nadie, ni siquiera por él, este exceso de cortesía no podía deparar nada bueno.

-Es un placer volver a verte –respondió Gwyn ignorando la actitud de la bruja –han pasado veintidós años desde la última vez.

-Y dígame. ¿Qué trae al soberano del mundo ante una humilde servidora? –La Bruja cruzó la estancia, despacio, su rostro era hermoso, pálido, algo grisáceo, sus labios azules y tenía una media melena de un color negro intenso, al igual que sus hijas, las cuales habían heredado su belleza y su don con las piromancias. Mostraba una amplia sonrisa, pero sus ojos denotaban un profundo odio.

-Necesito tu ayuda –dijo Gwyn sin titubeos.

-¿Mi ayuda? ¿Cómo es –y la Bruja comenzó a pasear alrededor de la mesa sin borrar su falsa sonrisa del rostro –que el Gran Dios, el Señor del rayo, el Rey de Lordran y soberano de todos los dioses, necesita la ayuda de una sucia bruja? ¿Cómo es que ha tenido que dejar su impoluto trono en Anor Londo para pedir ayuda a la peste que suponen las brujas a su iluminado mundo?

-Es importante –prosiguió Gwyn que empezaba a cansarse de las pullas. Su espíritu beligerante  siempre le había dado problemas a la hora de abordar asuntos diplomáticos, sus caballeros y especialmente su buen amigo Havel, siempre habían supuesto una mejor opción a la hora de parlamentar; pero si mandaba a algún allegado a Izalith teniendo en cuenta lo tensas que se habían vuelto las relaciones, dudaba que volviera a verlo con vida. Tenía que encargarse él mismo –. Las Hijas de la Oscuridad, aún están libres y suponen un riesgo para La Llama, la Edad del Fuego depende de que las demos muerte, tienes que…

Había medido mal sus palabras y un aire abrasador inundó la estancia. Ardientes llamas envolvieron las manos de la bruja, los papeles comenzaron volar en todas direcciones como si un huracán estuviese causando estragos en el interior de la sala y, los ojos de la bruja, se habían tornado blancos y el cielo afuera rojo.

-¡Yo no tengo que nada Gwyn! –gritó la soberana de Izalith -¡Si estás donde estás es porque otros te ayudamos a hacer el trabajo sucio! ¡Y tienes tan poca gratitud que masacras a mi gente y encima te atreves a decirme qué es lo que debo hacer!

-¡Yo no he tocado un solo pelo a una bruja! –clamó Gwyn furioso. La mujer envuelta en llamas era intimidante, pero el porte de Gwyn era abrumador incluso sin la necesidad de trucos de magia. Era dos cabezas más alto que un hombre normal y muy corpulento. Sus largos cabellos y barba cenicienta le daban un aspecto de hombre sabio y noble, pero su mirada era ardiente, la de un guerrero y su voz, grave y potente como un trueno, retumbó en la estancia.

-¡Tú directamente no, pero sí tu gente! ¡Tu tío para ser exactos! –rugió la bruja -¡Ese cabrón colgó a tres aprendices hace unas semanas! ¡Todo porque consideraba que la cosecha de una villa se había echado a perder por magia negra! ¡Dos días más tarde los aldeanos descubrieron que se trataba de diablillos burlones! ¡Tres brujas Gwyn! ¡Y el indicio para ejecutarlas sería haber preparado una poción, todo para que un viejo con diarrea dejara de despertarse rodeado de su propia mierda!

-¡Tal vez esas chicas fueran inocentes!... ¡Pero decenas de reinos han puesto precio a vuestras cabezas por vuestro uso de la magia negra! ¡Maleficios y maldiciones bruja, sé muy bien que no ocultáis ese conocimiento a vuestros estudiantes!

-¿¡Te atreves a darme lecciones sobre magia y hechicería cuando proteges a Seth!? ¿Crees acaso que no sé cómo actúa mientras tú te quedas impávido ante las degeneraciones de sus experimentos? –algunos de los pergaminos comenzaron a prenderse en el aire.

-Los experimentos de Seth son necesarios –replicó –, sus avances podrían…

-¡Estás ciego rey! –interrumpió La Bruja de Izalith burlándose –¿No ves que su investigación es puramente egoísta? Nada bueno…

-¡Madre! –Quelana, una de las hijas de La Bruja, la cual había acompañado a Gwyn ante la soberana de Izalith, abrió las puertas y entró corriendo en la habitación seguida de varios soldados, todos con las espadas desenvainadas… y ella con las manos envueltas en llamas.

Esto había ido demasiado lejos, si seguía así comenzaría una guerra con Izalith, una guerra que no podía permitirse, no con La Llama así.

Gwyn trató de calmarse.

-Quiero hacerte una propuesta Bruja –dijo con tono apaciguador -. Algo que nos puede beneficiar a los dos. Te doy mi palabra de que trataré el asunto de la caza de brujas con Lloyd, te lo prometo.

-No es suficiente -siseó la bruja -. Quiero que lo traigas ante mí. Sus cacerías de no muertos y su lucha contra el Abismo han dejado decenas de brujas muertas bajo sus directrices, quiero que me lo entregues para poder quemar cada pequeña porción de su cuerpo y que agonice hasta la muerte.

-¡Es mi tío y luchó junto a mí contra los dragones! ¡No puedo…

-¡Es mi última palabra Gwyn! ¡O aceptas o ya puedes marcharte de mi reino!

El Señor de la Luz Solar mantuvo silencio durante unos segundos. La Llama estaba cerca de apagarse y las Hijas de la Oscuridad harían todo lo posible para que así ocurriera.

La Bruja sabía que Gwyn estaba entre la espada y la pared, y no solo por su lucha contra el tiempo. Los reinos de los hombres habían comenzado a desmoronarse, algunos de los más fieles a su religión consumidos por los demonios y por la marca oscura, que se propagaba como una plaga. Ya solo podía contar con uno de sus cuatro caballeros, su primogénito lo había traicionado y era consciente de que la mayoría de los dioses cuestionaban sus decisiones. No podía perder Izalith también.

-Si eres capaz de ejecutar mi propuesta… te lo entregaré…

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