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Capítulo IV Mercancía

Blake salió de la taberna y se puso la capucha, el abrasador sol era insoportable a esas horas, de hecho no se veía un alma en las calles. Según había escuchado, los pladilienses tenían por costumbre echarse una siesta después de la comida, evitando de esta forma el tramo más caluroso del día.

Se estiró y comenzó a caminar por las calles de Pladilia.

La comida le había sentado bien y el tabernero era muy amable, en general las personas con las que se había encontrado en su breve estancia en el pueblo también parecían ser buena gente. Suspiró deseando no tener que matar a nadie antes de que acabara el día.

Giró a una calle llena de pequeñas casas, muchas de ellas destinadas a los viajeros. Por lo que le había dicho el guardia de la entrada, salvo por tres tipos que también habían llegado esa mañana, hacía un mes que no recibían visita, así que en este momento se encontraban todas vacías.

Una larga calle principal, que aglomeraba cerca de un centenar de viviendas a su alrededor, conformaba “El Descanso”, el barrio destinado a dar cobijo a los extranjeros y, especialmente, a las huestes del rey sanabrio en caso de que decidiera visitarlos.

Blake comenzó a perderse en sus pensamientos mientras se dirigía a la casa que le habían asignado, en donde había dejado la “mercancía”. Sabía de la existencia de Pladilia y de su política de no entregar bandidos, pero uno nunca es lo suficientemente precavido. ¿Y si todo era una farsa del reino para que los bandidos fueran allí y los soldados los atraparan? Él no era de estas tierras, no conocía a nadie de quién fiarse y no se iba a arriesgar. Por ese motivo mandó a Gunnar, Kleiv y Simmon a que preparasen un alboroto por la mañana. Así podría hacerse una idea de cuántos soldados disponía la aldea, si eran agresivos, disciplinados, si portaban buen acero… Pero según todo indicaba los rumores eran ciertos. No debía haber más de veinte o treinta guardias en el asentamiento, lo justo para echar a algún borracho que provocara un escándalo.

Según el mensaje de Simmon solo fueron dos guardias a encararse con ellos, un chaval joven y el capitán, un tipo bastante mayor y en baja forma.

Todo debería haber acabado ahí. Sus tres compañeros habrían sido expulsados, se habrían ido y se habrían reunido con la mitad de la banda, los cuales estaban apostados fuera a una distancia prudencial para no ser vistos.

“Pero todo se torció… o tal vez no” pensó Blake. Según las notas que había recibido, Gunnar había vuelto con la cabeza abierta y sin un ojo. La brecha tenía solución, Miguel había sido aprendiz de clérigo y conocía algunos hechizos curativos, pero regenerar un ojo sería demasiado para él.

Gunnar había tenido mala suerte. Todas las hierbas las introdujeron en Pladilia para disponer de curación inmediata si surgían complicaciones. No se esperaba que tuviesen que tratar heridas fuera de la ciudad, como mucho algún rasguño y precisamente para eso estaba Miguel.

Las heridas de Gunnar habían sido provocadas por una niña. La mayoría se lo habían tomado a cachondeo, pero Blake los creía. Podría entender que exagerasen para fardar por una hazaña que realmente no fuera para tanto, o que la exageración fuese para evitar la vergüenza de una derrota humillante, pero ¿para qué mentir si eso suponía humillarse por perder contra una cría? ¿Para qué dañar su orgullo? Si decían que había sido una niña es que había sido una niña.

Se acercó a los camellos amarrados en el establo, los cuales comían y bebían tranquilos, dándose un respiro tras el largo viaje. Por suerte la cuadra estaba al lado de la casa que le habían ofrecido y pudo meter sin problemas los cestos en la vivienda, habría sido un coñazo tener que llevarlos a la otra punta de la calle él solo. Seguro que alguien se habría ofrecido a ayudarlo y eso podría haber provocado que el plan se fuese al traste.

Los animales parecían haber renovado sus fuerzas tras el descanso, al día siguiente estarían listos para partir. Le dio una palmada a su camello y se dirigió a la casa. Los pensamientos sobre esa chiquilla no le abandonaban. Quería ver por sí mismo a la niña que pudo derrotar a Gunnar y, el momento en el que dijo que Artorias estaba muerto, lo había convencido. La manera de sujetar el cuchillo y la mirada tan fría que le había lanzado disiparon sus dudas. Estaba seguro de que no habría dudado en echarlo por la fuerza de la taberna si hubiera sido necesario, no parecía hacerle ascos a una pelea.

Subió las escaleras y abrió la puerta, había pedido una casa grande para dejar los cestos dentro, casi medio centenar. Los guardias pensaban que transportaba ropas y sedas, de hecho tres de los cestos iban repletos por si le hacían abrirlos. Blake era muy precavido, incluso había puesto en la parte superior de todos los cestos un par de telas por si le hacían abrir uno al azar, pero era una aldea confiada, les había dicho qué llevaba y ni le habían pedido comprobarlo.

Parecía que su auténtica “mercancía” se había mantenido fiel a las indicaciones, bueno, toda no.

Hasim estaba sentado en una silla mientras comía una manzana.

-¿Se puede saber qué coño estás haciendo? –dijo Blake airado intentando no levantar la voz.

-Hacía calor y estaba muy apretado ahí dentro –respondió Hasim sin apenas inmutarse.

Desde luego era normal que estuviera apretado, medía unas dos varas y media y su musculatura era algo fuera de lo normal. El cesto que habían utilizado con él era uno bastante más grande de lo que podría esperarse, de hecho se lo habían tenido que hacer a medida, ya que no encontró ninguno que le valiera.

Pero eso no era motivo para salir de su escondite. ¿Y si alguien entraba de repente para preguntar algo? ¿Y si oían ruidos en la casa sabiendo que él estaba fuera? ¿Y si le veían por la ventana?

Los demás habían cumplido con el plan fielmente, todos los miembros de la banda se mantenían en sus respectivos cestos aguardando su señal para salir; pero allí estaba Hasim, mirándolo con unos ojos desafiantes, quería sacarle de quicio y Blake lo sabía.

Hacía cuatro años que el grupo había perdió a varios de los suyos por una mala decisión de Blake, entre ellos al hermano de Hasim y, aunque la mayoría de sus compañeros le habían perdonado, Hasim era incapaz de hacerlo.

Blake sabía que le daban igual los pactos sagrados de las hermandades o que pudiera quedar maldito por los dioses. Sabía que intentaba volver a algunos de sus hermanos en su contra y, en cuanto le diera una excusa, intentaría matarlo para vengarse por la muerte de su hermano; así que respiró profundamente, no le iba a dar motivos para empezar una pelea.

-Hasim, el plan era claro, debíais manteneros en el cesto y esperar a mi regreso, sería peligroso que alguien se diera cuenta de que estáis aquí.

-Ya, pero hace calor y estaba apretado –repitió mirándolo fijamente a los ojos –. Mientras nosotros nos moríamos del asco aquí tú te dabas una vuelta por la ciudad y te llenabas el buche.

-¿Te recuerdo que he tenido que enseñar mi cara?

-¿Qué iba a pasar? –dijo Hasim empezando a alzar la voz –Este es un pueblo de ovejas, según el mensaje apenas hay guardias.

-El informe también hablaba de una niña que le arrancó un ojo a Gunnar –replicó Blake.

-¿Cómo va a arrancarle el ojo una cría? –y soltó una carcajada -. Lo que pasa es que Gunnar es un mierdas, le habrán dado una paliza los guardias porque es un puto inútil. Habla de niñas demonio porque le da miedo reconocer que un par de soldados le han curtido el lomo. Y es por tu culpa -dijo señalándolo –, nos estás ablandando. No creo que existan bandidos más piadosos que los que hay aquí, si quisiésemos podríamos tomar la aldea en una hora –tiró la manzana y se dirigió a la ventana, a sabiendas del riesgo que conllevaba y que haría que a Blake le dieran ganas de estrangularlo –. Pero no eres más que un puto cobarde. Estás limándonos los colmillos y cuando los necesitemos no seremos capaces de defendernos, igual que cuando por tu culpa mataron a mi hermano.

-Cierto –intentaba provocarlo pero no iba caer –, he sido muy injusto con vosotros –Hasim lo miró con un gesto de sorpresa que rápidamente intentó disimular –. Tomaremos el pueblo.

-¿Qué?

-Lo que oyes. No tienen mucho, pero algunos señores ricos les regalan bonitas sedas y algunas joyas como gesto por su labor… y he visto un par de chicas… una morena que seguro te gustaría.

-¿Dónde está el truco? –Hasim no lo iba a creer así como así, él lo sabía.

-La cantidad de habitantes de este lugar está controlada por el reino –dijo fingiendo seriedad y una gran dignidad -. ¿Qué crees que pasa cuando tienen algún hijo que no entraba en lo previsto? –hizo una pausa y de repente a Hasim se le iluminaron los ojos –Exacto, los dan a los esclavistas.

-Je je entiendo, entiendo. ¿Cómo te enteraste?

-Me lo dijo el tabernero. Es un asentamiento intocable y necesario. No les importa lo que piensen de ellos, si cruzas el desierto tienes que parar aquí. No son más que unos cobardes prepotentes.

Blake tenía una gran habilidad para el engaño y su “tirantez” con el mundo esclavista, era una excusa perfecta para que Hasim lo creyera. El líder de la banda nunca se había mostrado partidario de un uso extremo de la violencia, y eso que habían robado a cada tipo que tela, pero cuando se trataba de esclavistas era harina de otro costal.

-¿Y cuándo atacaremos? –preguntó Hasim esbozando una sonrisa.

-En cuanto haya anochecido, pero voy a dejar claras las normas, para todos -dijo mirando los cestos –. No quiero que matéis a nadie, ni tampoco que les causéis más daños de los necesarios. Traedlos a todos a la plaza, tengo pensado un espectáculo para ellos y quiero a TODA la aldea allí para verlo. ¿Comprendido? –cambió la dirección de su mirada, directa a Hasim.

-Hmm comprendido, tengo curiosidad. Pero a cambio me dejarás a solas con esa morena hasta que me harte.

-Desde luego.


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