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Capítulo V Águilas Plateadas
El cielo comenzó a oscurecerse,
mientras, Sora se encontraba tumbada boca abajo en la cama. Lou y Kanijou
habían ido a buscarla pero la chica les había echado de la casa. Quería estar
sola.
Recordaba el día en el que aquel
bardo llegó a la aldea. Entretuvo a todos con sus historias de dragones,
caballeros y monstruos de todo tipo, pero las historias que más le
impresionaron fueron las del Caballero Artorias. Cómo este había hecho frente a
tantos peligros, la cantidad de vidas que había salvado, un caballero al que
todos amaban.
Abrazó la almohada con más
fuerza.
Desde entonces, cada vez que
llegaba un bardo, y rara vez ocurría, Sora siempre le pedía que cantara
historias del gran Artorias, si eran nuevas perfecto, pero a las que ya conocía
tampoco les hacía asco.
Admiraba a aquel hombre, quería
volverse igual de fuerte que él, tener aventuras y ayudar a los indefensos.
-¿Ya es de noche?
Levantó la cabeza y se quedó
mirando la ventana, había anochecido. Debía hablar con Lou y Kanijou, no había
sido justa con ellos, solo querían consolarla y los había mandado a paseo.
Siguió mirando el tono rojizo de la noche… ¿rojizo?
Oyó gritar a alguien en la calle,
se levantó rápidamente y miró por la ventana. El fuego se extendía por el
establo de enfrente.
Los gritos se habían multiplicado
en la calle, algo raro pasaba. Se dio la vuelta, pero antes de poder dar un
paso oyó el ruido de pisadas corriendo por la escalera, abrían la puerta de la
casa, la del cuarto.
Eran dos tipos de aspecto rudo,
portaban unas cimitarras y uno se dirigió a ella.
-¡Mocosa ven con noso…
Sora no lo pensó, agarró la
mesita de noche y la lanzó contra los tipos que apenas pudieron esquivarla.
Acto seguido saltó hacia atrás y se tiró por la ventana, su habitación estaba
en un primero así que no tuvo problemas con el aterrizaje.
Seguía oyendo gritos y el fuego
se estaba extendiendo. Corrió por las callejuelas, al torcer una esquina vio a
tres hombres que no conocía y consiguió darse la vuelta antes de que pudiesen
verla.
“¿Cuántos son?”. Necesitaba saber
a qué se estaban enfrentando y desde el suelo sería imposible. Corrió calle
abajo y torció a la izquierda, luego a la derecha.
Por suerte la herrería no había
sido incendiada. Si escalaba por las cajas apiladas podría subir al tejado y de
ahí llegar a los tejados más altos.
-¿A dónde crees que vas?
Otro sujeto había aparecido
doblando la calle que tenía delante. Se abalanzó sobre ella y Sora le propino
un fuerte rodillazo en la cara partiéndole la nariz. El tipo se tambaleó y
calló de rodillas sujetándose la cara, pero su vista se fundió a negro cuando
recibió un contundente golpe en la cabeza.
Sora tiró la piedra con la que
había golpeado al extraño y escaló las cajas, de ahí saltó a los tejados y
observó Pladilia desde lo alto. A esa altura pudo ver que había varios fuegos
por la aldea. Alguien los estaba atacando.
Se desplazó con sigilo saltando
de tejado en tejado. Iba a cruzar a otra calle cuando oyó unas voces
desconocidas a sus pies. Se asomó con mucho cuidado para que no la
descubrieran.
-No parece que quede nadie por
esta zona, hemos mirado en las casas pero no se ve ni un alma –un hombre
encapuchado le hablaba a una mujer que vestía una coraza plateada que le cubría
el busto. También llevaba unas pieles a modo de falda y unas botas altas.
Portaba a su vez una lanza y, el otro tipo, era uno de los que habían armado
gresca esa mañana, el del bigote.
“Cabrones, han vuelto para
vengarse.”
-Entonces vayamos a la plaza
–dijo la mujer –. No sé para qué quiere que mandemos a todos allí, supongo que
ahora nos enteraremos.
-¡Sí!
Los tres extraños se marcharon
corriendo. “¿A la plaza? ¿Para qué?” Sora tuvo un mal presentimiento y corrió
por los tejados, saltando de uno a otro en dirección a la plaza, siempre atenta de que no hubiera nadie por las calles
que la descubriera.
Cuando por fin llegó, se
sorprendió al ver a todos los habitantes de Pladilia arrodillados. La plaza se
había diseñado para que cupieran hasta mil personas, por si el rey los visitaba
con sus huestes.
A ojo parecía que estaban casi
todos los habitantes de Pladilia, menos ella. Con cuidado subió al campanario
de la Iglesia de la Blanca Vía, religión que veneraba a Gwyn. Desde ahí tendría
mejor visión.
El centro de la plaza estaba
vacío, habían dejado un espacio en forma circular y rodeándolo se encontraban
los aldeanos y, detrás de ellos, en pie y armados, los bandidos los vigilaban.
Eran muchos, más de cincuenta, mientras que en Pladilia vivían trescientas
sesenta y dos personas. En el mejor de los casos tendrían una ventaja de ocho a
uno, pero había que contar a los niños, los ancianos y todos los habitantes que
no supieran pelear. En números reales, como mucho, podría haber seis docenas de
personas que realmente estuvieran capacitadas para luchar.
Aun así los pladilienses no
estaban armados, eso era una gran desventaja, pero tenía que pensar, tenía que
pensar...
-¿Y tú qué haces aquí?
Con el corazón a punto de
salírsele por la boca, Sora se giró y vio a la mujer de la lanza detrás de
ella.
No tuvo tiempo de reacción,
cuando quiso darse cuenta la bandida ya le había golpeado con la parte trasera
de la lanza, con tal fuerza que salió despedida y cayó del campanario.
Todo el mundo se giró en su
dirección cuando se estrelló contra un carro de paja que había aparcado justo abajo,
el cual se partió por el impacto.
Sora se levantó bastante
desorientada, más que por la caída, que aunque hubiera sido sobre un carro de paja, desde esa altura dolerle le había dolido igual, por la impresión que le
había causado la mujer. Cuando se dio cuenta de la situación, los restos del
carro ya estaban rodeados por cuatro tipos, tres hombres y una mujer con
aspecto fiero, todos con las armas en alto.
¿Qué se supone… - se fue abriendo
un pasillo en la plaza y el tipo al que Sora había arrancado un ojo apareció
entre la multitud –¡Tú! Niñata de mierda, ya decía yo que no te veía.
-¡Estaba vigilando desde aquí
arriba! –gritó la mujer de la lanza sentada desde lo alto del campanario -. La
llevo siguiendo desde que la olí en los tejados.
-¡Por tu culpa he perdido el ojo
mocosa! –gritó el hombre furioso mientras se señalaba la cara. De alguna forma que Sora
no comprendía había recuperado el globo ocular, pero era una bola blanca, sin
pupila ni iris. El hombre hizo una pausa y sonrió –. Dime, ¿has oído hablar del
ojo por ojo?
Sora se quedó en silenció,
preparada por si alguno de los que la rodeaban atacaba. Parecían bandidos
experimentados, pero no eran nada comparados con la mujer que estaba en lo alto
del campanario. La lancera se había percatado de su presencia desde el
principio y, en cuanto la perdió de vista, se había colocado tras ella y se
había dedicado a seguirla. Derrotar a los cuatro sería difícil, pero no veía
forma posible de derrotar a la mujer.
El tipo musculoso de pronto se
dio la vuelta y desapareció entre la multitud.
La niña se sintió inquieta. “¿Por
qué se va?” Pero sus dudas se desvelaron en cuanto Kanijou apareció volando por
los aires entre el gentío, aterrizando en el centro de la plaza.
-¡Este es uno de los niñatos de
esta mañana! ¿Verdad niña? –a Sora se le heló la sangre al ver a Kanijou
intentando arrastrarse por la arena, haciendo lo posible para ponerse de pie,
pero viendo truncados sus intentos cuando el hombre musculoso le pateó en el
estómago una, dos, tres…
-¡PARA!
-¿Qué pasa niña? Eras más
valiente esta mañana –el tipo se giró para dirigirse a Sora mientras
desenvainaba una daga -. ¿No me ibas a
arrancar el otro ojo si volvía? ¿Qué te parece si se lo saco yo a él? –dijo
mientras se agachaba ante un asustado Kanijou y le ponía el cuchillo a menos de
un dedo de distancia del globo ocular.
-¡QUE PARES TE HE DICHO!
Sora lanzó rápidamente toda la
paja que pudo abarcar con sus brazos contra los tipos que la rodeaban.
Instintivamente estos atacaron con sendos espadazos, quedando la muchacha a la
espera de escuchar el rasgar del aire, semioculta por los tallos que se interponían
entre ella y los bandidos. En cuanto vio el afilado metal atravesar de un tajo
descendiente el velo de paja que los separaba, se lanzó de cabeza contra el
tipo que estaba delante de ella. En el momento en el que el hombre se pudo dar cuenta la
cabeza de la niña estaba a un palmo de su cara, siendo incapaz de esquivarla y
recibiendo el golpe de lleno.
Antes de que el sujeto cayera,
Sora ya estaba corriendo en dirección al centro de la plaza, aprovechándose del
pasillo que se había formado. Iba a cagar a aquel tipo a hostias, lo iba a
destrozar, lo iba…
Un destello plateado apareció de
pronto al pasar a los últimos aldeanos, pudo verlo venir a tiempo y se lanzó de
rodillas con la espalda pegada al suelo, deslizándose varios metros en la
arena, lo que provocó que se le despellejaran un poco las piernas. Rápidamente
se puso en pie, algo dolorida.
Un tipo inmenso había dado un
espadazo en su trayectoria, si no se hubiera agachado la habría cortado en dos.
Si el bandido sin ojo era musculoso, lo de este era otro nivel. No llevaba camisa y vestía unos pantalones anchos y
unas babuchas, su tez era morena, no le quedaban rastros de cabello y tenía una
nariz alargada, con unos ojos saltones y una mirada que desprendía una
perturbadora violencia.
-¿QUÉ COÑO CREÉIS QUE ESTÁIS
HACIENDO?
Era una voz cargada de furia. De
un lateral se formó otro pasillo y apareció el tipo de la marca de aquella mañana. Sora no podía entender qué
estaba pasando.
-¡Había unas órdenes y eran claras!
¡Reunid a todos aquí pero no hagáis daño a nadie! -gritó el tipo pelirrojo con una marca de esclavo en el rostro –. ¡Gunnar! De otro
podría esperarlo, pero de ti, es decepcionante.
Gunnar se quedó pálido y
rápidamente incoó una rodilla – Lo siento, de verdad. Ha sido por lo del ojo,
se me ha ido de las manos, lo siento mucho.
-Blake no seas tan gilipollas,
Gunnar solo se estaba divirtiendo un poco –recriminó el tipo de la cimitarra y
los ojos saltones.
-¡No estoy hablando contigo
Hasim, así que cierra la boca!
Sora no podía creer que el tipo
pelirrojo fuese el mismo que había estado aquella tarde en la taberna. Todo su
ser desprendía una profunda furia, tanta que incluso le asustaba a ella.
-¡Estoy hasta la polla de tus
tonterías! –Hasim se había olvidado por completo de Sora y ahora dirigía su
espada contra su compañero –¿Qué más da si matamos a uno o dos o a toda la aldea?
¿Para qué tanta historia? ¿Para qué esta reunión? Vamos a degollarlos de una
vez y llevémonos lo que tengan.
-¡He dicho que cierres tu bocaza!
-¡Tú a mí no me das órdenes! –el
tipo avanzó cimitarra en mano hacia el pelirrojo.
-¡Hasim! –el hombre se detuvo. La
mujer de la lanza se había colocado detrás de él. ¿Cuándo se había bajado del
campanario? Eso era algo de lo que Sora no tenía ni idea –Te recuerdo las
normas de nuestro pacto. Dañar o matar a un hermano es considerado un acto de
traición intolerable para los dioses, pero matar a un traidor es una honra, ten
cuidado con lo que haces.
El tono de la mujer era calmado,
pero la amenaza fue clara, Hasim lo pensó un momento y bajó su arma.
-No creas que esto acabará así
–dijo con tono desafiante, pero se retiró a una zona un poco más apartada.
-Bien –comenzó Blake -. ¡Pueblo
de Pladilia! ¡Me presento, soy Blake y soy el líder de las Águilas Plateadas!
¡Me gustaría hablar con el gobernante de este asentamiento!
El tumulto de aldeanos se agitó
temeroso por lo que pudiera pasar. Entre ellos Yassir, el gobernador de
Pladilia, comenzó a abrirse paso.
-Soy yo –dijo con la voz
temblorosa. Aunque haciendo un gran esfuerzo por mostrar algo de seguridad en
sus palabras estaba claramente asustado, siempre había sido un hombre de paz con talento
para la economía, orgulloso de su ascendencia y la importancia que había tenido
su familia en el reino. El anciano se acercó despacio al centro de la plaza –.
Soy Yassir, dirijo esta aldea, como hacía mi padre y su padre antes que él.
-Un placer Yassir –dijo Blake
esbozando una sonrisa –. Disculpe a mis hombres, a veces son un poco toscos.
-¿Qué… qué es lo que quieren?
–preguntó mientras se limpiaba el sudor de la calva.
-Lo primero que le diga a la
chica que no se mueva. Es la más peligrosa que hay aquí y sinceramente me pone
un poco nervioso, créame que eso no será bueno para su gente.
Yassir miró a Sora con un gesto
de súplica, esta asintió, dejando al temeroso hombre un poco más tranquilo.
-Verá, no conozco su banda, pero
debo decirle que lo que ha hecho es una insensatez –señaló con la mano a sus
congéneres –. Esta es buena gente y aquí no tenemos nada de valor. ¡En Pladilia
ni siquiera hay dinero, todo está subvencionado! No parece que haya pasado nada
irreparable, por favor váyanse, incluso les daremos alimentos para su viaje y
olvidaremos lo ocurrido –Yassir guardó silencio, confiando en su propuesta, a
fin de cuentas estaba siendo muy generoso. Eso hizo que sintiese las palabras
de Blake como una cuchillada.
-Pero aun así hay algunas joyas y
telas, además, no todo en la vida es dinero –su sonrisa se volvió terriblemente
macabra –. También hay que divertirse. Nos quedaremos con algunos de vosotros
hasta el amanecer, no te preocupes, os los devolveremos a todos, no tal vez en
las mejores condiciones pero…
-¡Estáis mal de la cabeza!
-Yassir estalló incrédulo ante las palabras de Blake. Si un acuerdo no era
posible solo le quedaba intentar amedrentarlo –¡Esto es Pladilia! ¿Qué piensa
que pasará si el rey se entera de esto? Deponed vuestras armas, es la única
forma que tenéis de salir con vida. Si nos hacéis daño no habrá reino que os
pueda proteger de la furia del soberano Cartatham III.
Blake titubeó –Cierto, muy muy
cierto, PERO, ¿y si no se entera? –Yassir se quedó mudo -¡Cambio de planes
muchachos! Seleccionaremos a los treinta que más nos gusten, al resto
degolladlos, por la mañana mataremos a los supervivientes.
Los aldeanos comenzaron a entrar
en pánico. Los que intentaban ponerse en pie para escapar o para pelear eran
rápidamente reducidos con sendos golpes, los que no se quedaban hechos un
ovillo rezando y llorando, otros gritaban suplicando por sus vidas.
-Algo habrá que se pueda hacer,
por favor –imploró Yassir acercándose arrodillado a Blake.
-¡SILENCIO! –el enérgico y
aplastante bramido de Blake hizo que todo el mundo se callase. Sora, que se
había preparado para atacar a los bandidos, se sobresaltó cuando la voz de
aquel hombre hizo que incluso le vibrase el pecho –Las Águilas Plateadas
tenemos dos motivos para perdonar un saqueo –su voz sonaba tan alta que todos
podían escucharlo sin problemas-. El primero, un tributo.
-Pero ya le he dicho que apenas…
-¡Segundo! –continuó Blake
cortándolo a mitad de frase –Que sea la aldea de uno de los miembros de nuestra
organización, lo cual tampoco cumplís, PERO, puede que sea vuestro día de
suerte.
El silencio en la plaza era
sepulcral, pero Sora se fijó que no solo por parte de los habitantes de Pladilia,
los bandidos estaban mucho más tensos que antes; al tipo que casi la corta por
la mitad parecía que le iba a estallar la cabeza de ira.
-Si la niña se une a nosotros
habrá un miembro de nuestra banda que pertenezca a esta aldea, y eso amigo
Yassir os dará la inmunidad y la protección de las Águilas Plateadas.
-¡Y UNA MIERDA VOY A ACEPTAR
ESTO! –Hasim estaba fuera de sí y se dirigió hasta donde estaba Blake
agarrándolo de la pechera de la túnica –¡No voy a dejar que nos quites la
diversión por tu puto complejo de padre! ¡Llevo cruzando puto desierto más de
un mes y no me vas a joder esta noche!
Blake mantuvo el rostro impávido
y puso su mano derecha sobre la muñeca de Hasim.
-Conoces las normas. He hecho una
solicitud de unión para el consejo, si intentas impedir el desarrollo natural
de nuestra organización serás considerado un traidor, no hará falta que Fayna
te mate, ya que lo haré yo mismo. Así que quítame las manos de encima si no
quieres que te las corte.
Hasim lo soltó airado. Era fuerte,
pero Blake también; y aunque consiguiera matar al líder de la banda nada
impediría que Fayna le incrustase la lanza en el cráneo. Era duro, pero debía
esperar su momento para poder matarlo sin riesgos.
-Muy bien, tú lo has dicho, son
las normas.
-De acuerdo, por favor acercaos.
En el centro de la plaza se
reunieron siete de los bandidos. Blake, Hasim, Gunnar, un tipo con unas roídas
ropas de clérigo, la lancera, el hombre del bigote y el tipo encapuchado al que
había visto Sora en las calles hablar con los dos anteriores.
-Yo, Blake, ante el consejo, y
ante el resto de nuestros hermanos, quiero proponer a Sora, esta niña, como
miembro de nuestro grupo. Considero que tiene grandes dotes para el combate a
pesar de su temprana edad. Pienso que podrá ser de gran utilidad tanto ahora
que es una niña como en un futuro cuando sea adulta.
-Explícate –dijo el clérigo, un
hombre de unos cincuenta años con un pelo canoso y corto, al que ya se le
notaban algunas arrugas en el rostro.
-Como niña nos puede ser útil
para colarse por sitios estrechos y para conseguir información, ya que llamaría
menos la atención y, una vez crezca, podría ser una gran guerrera. Ya habéis
visto cómo ha dejado inconsciente a Bran, que por cierto, que alguien lo
atienda que está ahí tirado en el suelo el pobre –algunos hombres recogieron al
bandido al que Sora había tumbado de un cabezazo y lo llevaron a una parte
alejada.
-Es muy sigilosa también
–intervino la mujer –, aunque aún le falta experiencia. También esquivó a Hasim
en una situación muy comprometida, tiene buenos reflejos.
-Gracias –dijo Blake complacido
–. Y es solo una niña, si la adiestramos seguro que podremos sacar un buen
miembro para el equipo.
Sora quedó sorprendida al ver la
tranquilidad con la que hablaban de sus asuntos delante de todos. Parecía
mentira que tuviesen a trescientas sesenta y dos personas esperando para saber
si iban a vivir para ver un nuevo amanecer o les iban a cortar el cuello.
-No necesitamos a esa mocosa,
esto lo haces por motivos personales, no por el grupo. Si esa chica viene con
nosotros será un lastre –replicó Hasim.
-Me dices a mí que son motivos
personales, pero ¿no es tu egoísmo el que está interfiriendo en esta decisión?
Esta chica es probablemente más fuerte que la mitad de nuestros hermanos. Es
ágil y sigilosa. ¿De verdad piensas que va a ser un lastre? –Blake se encaró
con Hasim –. No son más que tus ganas por hacer correr la sangre de este pueblo
lo que te pone en contra de aceptar que se una. ¡Eso sí que es ir en contra de
los intereses de todos!
-Te voy a…
-Hasim, me estoy cansando de
advertirte.
-¿Y TÚ POR QUÉ TE PONES DE SU LADO? ¡TU MARIDO
MURIÓ POR SU CULPA! –gritó Hasim con desprecio.
-Mi marido murió intentando
salvar a una niña y a su madre, no puedo sentirme más orgullosa.
Los ojos de la mujer de la lanza
desbordaban tanta frialdad que parecían puro hielo. Quería mantener la calma,
pero estaba claro que las palabras de Hasim le habían afectado.
-Estamos convirtiendo esto en una
pelea interna sin pies ni cabeza –lamentó el clérigo –. Si no hay nada más que
decir podemos comenzar a votar.
-Yo voto en contra –comenzó
Hasim.
-Bien, Blake, tú obviamente
votarás a favor.
-En efecto.
-¿Es que nadie va a contar
conmigo?
Sora se había adelantado en
dirección al círculo del consejo.
-¿De qué vais? Yo no he decidido
nada, no quiero ir con basura como vosotros ni a la vuelta de la esquina.
Blake sonrió.
-Mira niña, creo que no lo
entiendes, o te vienes con nosotros o matamos a todo el mundo, no tienes más
opciones.
Sora se quedó callada, no había
forma de salir de esta, eran demasiados. Finalmente asintió con la cabeza,
resignada, y pudo notar cierto alivio en los pladilienses.
-Fayna tu voto.
-Yo voto a favor, tiene madera
para ser una buena guerrera dijo la mujer de la lanza.
-Dos a uno –continuó el viejo
clérigo –. Power.
El tipo encapuchado dudó unos
segundos para acabar optando por la opción afirmativa.
-Apunta maneras. Aguantar esa caída o el haber sido capaz de dejar inconsciente a Bran están lejos de ser algo normal, podría sernos útil.
Sora respiró aliviada, no le
hacía ninguna gracia irse con esta gente, pero si con eso conseguía salvarlos a
todos aceptaría, de mala gana, pero aceptaría.
-Tres a uno, Gunnar.
-Yo… lo siento Blake. Esta niña
me ha arrancado un ojo, de verdad que lo siento, pero no la quiero con
nosotros.
“Hijo de puta” pensó Sora.
-Tres a dos, Simmon.
-Esa chica es una salvaje, no me
gustó su mirada. ¡Vosotros no la visteis esta mañana! Yo voto en contra, por su
culpa uno de nuestros compañeros está tuerto y a otro lo tenemos inconsciente.
“Mierda”, Sora empezó a notar
cómo se le revolvía el estómago.
-Esto es un empate, así que
supongo que me tocará decidir a mí –dijo el clérigo.
Se quedó mirando a Sora. El
clérigo era un hombre piadoso y lo único que pudo ver fue a una chica asustada,
miró a los alrededores y vio la cara de preocupación de aquella gente.
Las Águilas Plateadas no actuaban
así, nunca. Había seguido a Blake desde hacía años, pero no sabía por qué había
preparado semejante disparate. Atacar este pueblo no les reportaría nada
positivo, pero confiaba en su criterio tanto como él había confiado en el suyo
en tantas ocasiones. Volvió a mirar a la niña…
-Voto a favor de su
incorporación, cuatro a tres, la chica se queda.
Sora pensó que ya se había
solucionado todo, pero cuál fue su sorpresa al ver a Fayna con la lanza
preparada en posición defensiva, a Hasim desenvainando la cimitarra y atacando
al viejo, a Blake gritando algo y, entonces, se produjo una explosión blanca y
todos los miembros del consejo salieron despedidos por los aires.
El anciano clérigo alzaba su mano
derecha sujetando una especie de talismán. Había realizado algún tipo de magia.
Fayna no perdió el tiempo, se
incorporó rápidamente y le puso un pie en el pecho a Hasim, que estaba tirado
boca arriba, dejando la punta de su lanza a menos de un dedo del cuello del
hombre.
-La cimitarra y tus dagas. ¡Ahora
mismo!
Hasim soltó un improperio y lanzó
sus armas a una distancia prudencial.
-No sois más que unos cabrones,
esta me la vais a pagar.
-Son las normas Hasim –dijo Blake
mientras se incorporaba -. Has intentado atacar a uno de nuestros hermanos y
has tenido suerte de que no haya pasado nada, si no habrías quedado maldito por
los dioses.
-¡Me la sudan vuestros estúpidos
dioses! No eres más que un miserable. Te gustan las normas ¿no? Pues bien.
¡Como miembro del consejo, ante una incorporación que para mí está manipulada!
¡Veto esta decisión al pensar que hay intereses ajenos a la banda! ¡Por lo que
exijo una prueba de sus capacidades!
-Hasim eso es… -comenzó el
clérigo.
-¡Sí! Una lucha a muerte.
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